Quien de veras se atrinchera en Miraflores es el régimen cubano
Nicolás Maduro y Raúl Castro
juntos en un acto oficial (Foto: Cubadebate)
Pudiera pensarse que la tragedia vergonzosa que exhibe
ante el mundo Venezuela en estos días no es más que la crisis provocada por
Nicolás Maduro y compañía, que no quieren dejar el gobierno, pero no ocurre
simplemente que el chavismo se aferre al poder. Quien de veras se atrinchera en
Miraflores es el régimen cubano. En Venezuela el castrismo está librando su
última gran batalla.
El imperio de opereta que quiso erigir Fidel Castro en este hemisferio
con ayuda de Chávez y sus petrodólares, máxima expresión histórica de la
perfecta idiotez latinoamericana, está llegando a su último acto entre
estertores bufonescos, delirantes, nauseabundos y, por desgracia, también
sangrientos.
El déspota cubano siempre tuvo dudas acerca del éxito duradero de una
federación regional de dictaduras —sustentadas por el petróleo venezolano y
controladas por agentes cubanos— que debieran someterse a elecciones populares
de cierta credibilidad, pero no tenía otra opción para que sobreviviera su
propio proyecto personal de satrapía.
No obstante, antes de morir, Fidel Castro fue testigo del principio del
fin de esta tragicomedia llamada Socialismo del siglo XXI, sabiendo que su
combate final se libraría en predios bolivarianos, su última providencia
salvadora. Si recordamos cómo reprochó a los soviéticos no usar la fuerza para
impedir la caída de aquel imperio, es obvio cómo intentaría evitar la caída de
la actual marioneta chavista.
En este escenario, por doquier hallamos la presencia o al menos las
huellas dactilares de los titiriteros cubanos que manejan la descomunal farsa.
Desde cada decisión económica hasta la hipertrofia militar, pasando por el
nuevo carnet de identidad o los “colectivos” de respuesta rápida y por los
discursos del “mandante” Maduro, con signos inconfundibles como el engaño
perenne, la insistencia en el error y la ciega determinación represiva.
Cada eslogan, por cínico, ambiguo y falto de significado real, parece
arrancado de un letrero en alguna calle cubana. “La pelea es bailando”, se
burlan esos provocadores de una pelea que termina con la orden de disparar
sobre gente desarmada.
El irrespeto colosal por esos muchachos baleados por militares o por
paramilitares, cuando dice el grotesco tiranuelo que “la juventud no puede ser
llamada a quemar un hospital materno por 300 mil bolívares”, o que ellos han
muerto engañados por esa oligarquía que les paga de acuerdo con la envergadura
del acto vandálico que cometan.
La prensa cubana, aunque ha intentado no informar o desinformar
llanamente sobre lo que ocurre, ha tenido que hablar de ello y se pregunta
“¿cómo querer a una turba que incendia, desvalija comercios, asesina
adolescentes, que ataca un hospital materno infantil?”, y los llama “rehenes
(preñados de carencias materiales y del espíritu) de fuerzas nacionales e
imperiales que pagan pero desprecian”.
Tanto para el gobierno cubano como para el venezolano y sus cómplices,
la “derecha violenta y golpista” son millones de personas a las que ya no les
interesa izquierdas ni derechas —aunque muchos no quieran que les impongan el
socialismo—, porque lo principal para ellas es que ya no acepten más tiranía y
miseria, más corrupción y mentira.
Pero ese es el lenguaje que siempre ha privilegiado el castrismo, que
consiste básicamente en fanfarronear y echar basura sobre el enemigo. Así
desbarran los caciques bolivarianos y sus “enchufados” y el “pueblo” que
aparece en las entrevistas, siempre apoyando al grupo de gobierno, siempre
hablando en ese estilo de metralleta verborreica que tan bien conocemos aquí.
Después de barbaridades como “golpe de estado parlamentario”, o “golpe
mediático” y hasta “golpe electoral”, hay académicos no cubanos, pero de
entraña fidelista, que son capaces de perpetrar algo tan desmesurado como el
término “terrorismo semiótico”, que es nada menos que las opiniones contrarias
al chavismo.
Y, sin embargo, la propia prensa cubana —aunque tratando de no alarmar
demasiado sobre las consecuencias aquí de una debacle allá— ha debido reconocer
que la situación es muy crítica. Dice una periodista: “Alguien me comenta que
solo un milagro salva a los venezolanos. Mi respuesta es que este pueblo parece
ir de milagro en milagro”.
Óliver Zamora Oria, que intenta emular con Randy Alonso en falsedad y
desfachatez, como si no hubiera visto a Maduro reconocer que habían sido
abatidos “jóvenes comprados y engañados por la derecha golpista”, se atrevió a
decir, moderando una Mesa Redonda: “Al final, los muertos siempre los ponen los
chavistas”.
Mientras, Telesur, que exalta a guerrillas colombianas, asesinos de ETA
y genocidas como Al-Asad, está cumpliendo a la perfección su misión de joya de
ese Sistema Informativo de la Televisión Cubana que tanto hubiera admirado
Goebbels, y ya es diestra en la desinformación pura, en la mentira como piedra
fundamental de la realidad descrita, en deformar el idioma para que
“terrorismo”, “amor”, “paz”, “democracia”, sean otra cosa al tiempo que
descalifica por todos los medios a cualquier persona o entidad que no comulgue
con sus patrañas.
Como en las redes circulan imágenes de las corajudas mujeres que
enfrentan el aparataje represor del gobierno, ahora las mujeres del chavismo
son convocadas nada menos que a una Tribuna Antimperialista. Parece increíble
tanta transparencia.
Ya Chávez había dicho hace años que le hubiera gustado que Venezuela
siguiera a Cuba en no permanecer a la OEA. Ahora, que la presión de los países
miembros de ese organismo aumenta y que por fin ha llegado la orden desde La
Habana, Maduro manda la salida de su país de esa institución regional tan
despreciada por estos pretendidos demócratas y redentores.
Aunque es cuestión de tiempo la derrota del castrismo en esta batalla
venezolana, ese fracaso, como ha ocurrido en Cuba, ha de pagarlo el país a un
precio inconmensurable: la destrucción de la nación, la profunda fractura de la
sociedad, la secuela de heridas que perdurarán mucho en el tiempo, además de un
continuo éxodo de gente que huye de la hecatombe y del daño y la muerte para
muchos de sus hijos.
Ernesto Santana Zaldívar
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