Cuando
los griegos llegaban a un pueblo que no tenía estatuas, sabían que no había héroes
a quienes imitar.El pueblo
que se deja quitar sus símbolos, deja irse su autodeterminación y su honor; se
pierde el ejemplo para sus hijos.
Al llegar
de distantes riberas, a mi manzanillo idolatrado, hace unos años, se me encogió el corazón de dolor al ver
la estatua de Masó con la nariz rota. Es posible que una estatua sea una mole
de piedra solamente para los iconoclastas que la han profanado, pero no para el
manzanillero que yo conocí. No creo que ninguno de los rapaces que se bañaban
en el balneario o pescaban en el muelle de la "Biti" hubiera hecho eso.
Manzanillo
fue cediendo sus mejores hijos a la migración tanto externa como interna. Se
fue llenando de inmigrantes de toda la zona rural de la región considerada
manzanillo histórico, que tanta gloria dio a su historia; El Turquino, San
Lorenzo, La Demajagua.
Ya casi
nadie es manzanillero: policía, camarera, taxista, funcionario, y dependiente
no lo son en el acento ni el fenotipo.
Por eso será que a nadie le duele el genocidio socio-cultural que allí se ha
visto.
Hay una
crueldad extrema en la combinación actual de un mandón bayamés de turno y un
ciudadano indolente y acomplejado. Las probabilidades de otra revista Orto y
otro grupo literario Manzanillo son insignificantes. No debe de nacer en un
futuro cercano ningún Martinillo, Blas Roca o Hubert Matos. No hay indicios de
que ande solfeando por ahí algún Carlo Borbolla, Alberto Socarrás o Anselmo
Sacasas. Al Comisario del Pueblo le da lo mismo que el fundador del teatro
Manzanillo haya sido el Padre de la Patria o el Hijo de la Puta. El comercio
local seguirá haciéndose por carretera hacia ciudades cercanas porque el puerto
se cerró. La hospitalidad de la ciudad ha de reducirse con la desaparición de
ocho hoteles del casco histórico. Las antiguas calles adoquinadas serán
intransitables con las próximas capas de asfalto. La destrucción del
ayuntamiento y la Colonia Española marchan según lo planificado. Las farolas
del parque Céspedes, instaladas en el siglo XIX, han sido sustituídas por bellas
bolas plásticas.
Pero nada
de eso es comparable con el hecho de que se haya mantenido a una ciudad de cien
mil habitantes durante muchos años suministrándole agua corriente durante unas
horas cada cinco o seis días. No por falta de fuente porque el pueblo se
asienta en una de las mayores cuencas hidrográficas del país, sino por ahorrar
corriente o no tener piezas de respuesto. Las consecuencias no se han hecho
esperar. El brote del cólera debiera provocar otro de la cólera.
Miguel B Palomino (escribidor y sufridor manzanillero)
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