lunes, 19 de agosto de 2013

CUBA: EL INTERMINABLE TOTALITARISMO TROPICAL.(AMÉRICA LATINA, CAMPO DE PRUEBAS DE TODOS LOS COMUNISMOS por PASCAL FONTAINE )



Desde principios de siglo, la principal isla del Caribe ha conocido una agitada vida política marcada
por la impronta de los movimientos democráticos y sociales. Ya en 1933 un golpe militar dirigido por el sargento taquígrafo Fulgencio Batista derribó la dictadura de Gerardo Machado. Convertido en jefe del ejército, a lo largo de veinte años Batista puso y depuso presidentes dentro de un poder de orientación social y contrario a la injerencia norteamericana. Tras su elección en 1940 como presidente de la República, Batista promulgó una constitución liberal. En 1952 dirigió un último golpe de Estado, interrumpió el proceso democrático simbolizado en las elecciones libres previstas para aquel mismo
año y gobernó apoyándose de forma alternativa en distintos partidos políticos, entre ellos el Partido Socialista Popular, que era en realidad el Partido Comunista cubano.

Con Batista en el poder, Cuba experimentó un evidente despegue económico; aunque la riqueza estaba muy mal repartida sobre todo por el fuerte desequilibrio existente entre el campo desheredado y las ciudades, dotadas de importantes infraestructuras y a las que afluía el dinero fácil dejado por la mafia italoamericana -en 1958 se estimaba en 11.500 el número de prostitutas en La Habana-. La corrupción y el mercantilismo caracterizaban la era de Batista y, poco a poco, la clase media fue distanciándose del régimen Los estudiantes, bajo el impulso de José Antonio Echeverría, crearon un Directorio Estudiantil Revolucionario que auspició un grupo armado y atacó en marzo de 1953 el palacio presidencial. Fue un completo fracaso. Echeverría resultó muerto y el directorio quedó decapitado. Pero el 26 de julio de 1953 otro grupo de estudiantes atacó el cuartel Moncada. Varios de ellos murieron durante el ataque y uno de sus dirigentes, Fidel Castro, fue detenido y condenado a quince años de cárcel, aunque no tardó en ser liberado. Castro abandonó Cuba en dirección a México, donde se dedicó a formar un movimiento de guerrillas, el Movimiento 26 de julio, compuesto esencialmente por jóvenes liberales. El enfrentamiento armado entre Batista y los barbudos duraría veinticinco meses.

El régimen practicó una violenta represión que provocó miles de víctimas. Las redes de la guerrilla urbana fueron las más afectadas, con un 80 porciento de bajas, contra el 20 porciento en las guerrillas rurales de la Sierra. El 7 de noviembre de 1958 Ernesto Guevara, a la cabeza de una columna de guerrilleros, emprendió una marcha hacia La Habana. En enero Batista abandonaba el país, al igual que los principales dignatarios de su dictadura. Rolando Masferrer, el jefe de la siniestra policía paralela conocida como «los tigres», y Esteban Ventura, jefe de la policía secreta, dos torturadores, se refugiaron en Miami. El líder de la Confederación de Trabajadores Cubanos (CTC), Eusebio Mujal, que había establecido numerosos acuerdos con Batista, juzgó prudente refugiarse en la embajada argentina. La fácil victoria de los guerrilleros eclipsó el papel que desempeñaron otros movimientos en la caída de Batista.

En realidad, la guerrilla solo libró algunos combates menores y Batista fue derrotado principalmente porque perdió el control de La Habana frente al terrorismo urbano. El embargo de armas americano también actuó en su contra.

El 8 de enero de 1959, Castro y los barbudos realizaron una entrada triunfal en la capital. Desde la toma del poder, las cárceles de la Cabaña en La Habana y de Santa Clara fueron el escenario de ejecuciones masivas. Según la prensa extranjera, en un período de cinco meses esta depuración suma
ria causó 600 víctimas entre los partidarios de Batista. Se organizaron tribunales de ejecución exclusivamente con el fin de pronunciar condenas. <<Las formas de los procesos y los principios sobre los cuales se concebía el derecho eran altamente significativos: la naturaleza totalitaria del régimen estaba definida en ellos desde el principio», constata Jeannine Verdes-Leroux. Se celebraban simulacros de juicio en un ambiente de fiesta: una muchedumbre de 18.000 personas reunidas en el Palacio de los Deportes «juzgó» apuntando con los pulgares hacia el suelo al comandante (pro-Batista) Jesús Sosa Blanco, acusado de cometer varios asesinatos. El comandante exclamó: «¡Esto es digno de la Roma antigua!». Fue fusilado.

En 1957, en el curso de una entrevista concedida al periodista Herbert Matthews, del New York Times, Fidel Castro declaró: «El poder no me interesa. Después de la victoria quiero regresar a mi pueblo y continuar con mi carrera como abogado». Era esta una declaración de intenciones ciertamente hipócrita, que quedó desmentida de inmediato por la política que siguió. Desde la toma del poder, el joven Gobierno revolucionario se vio minado por sordas luchas intestinas. El 15 de febrero de 1959, el primer ministro, Miró Cardona, dimitió. Castro, convertido ya en comandante en jefe del ejército, le sustituyó. En junio decidió anular el proyecto de organizar elecciones libres, que se había prometido convocar en un plazo de dieciocho meses. Dirigiéndose a los habitantes de La Habana, justificó su decisión con esta pregunta: «¡Elecciones! ¿Para qué?». Renegaba con estas palabras de uno de los puntos fundamentales incluido en el programa de los revolucionarios contrarios a Batista. Y de este modo Castro perpetuaba una situación instaurada por el dictador caído. Por añadidura, suspendió la constitución de 1940 que garantizaba los derechos fundamentales, para gobernar únicamente mediante decreto -antes de imponer en 1976 una constitución inspirada en la de la URSS-. Asimismo se promulgaron dos leyes, la ley numero 54 y la ley numero 53 (texto relativo a la ley sobre asociaciones) que limitaban el derecho de los ciudadanos a asociarse libremente.

Fidel Castro, que por entonces mantenía estrechas relaciones de colaboración con sus allegados, empezó a apartar del gobierno a los demócratas y para conseguirlo se apoyó en su hermano Raúl (miembro del Partido Socialista Popular, es decir, el Partido Comunista) y en Guevara, sovietófilo convencido. En junio de 1959 cristalizaba la oposición entre liberales y radicales a propósito de la reforma agraria iniciada el 17 de mayo. El proyecto inicial apuntaba a la creación de una burguesía media propietaria mediante el reparto de tierras. Castro optó por una política de signo más radical, bajo la égida del Instituto Nacional de Reforma Agraria (INRA), confiado a marxistas ortodoxos y del cual fue su primer presidente. De un plumazo anuló el plan propuesto por el ministro de Agricultura, Humberto Sori Marín. En junio de 1959, y para acelerar la reforma agraria, Castro ordenó al ejército que tomara el control de cien fincas en la provincia de Camagüey. La crisis, que estaba latente, se reavivó en julio de 1959 cuando el presidente de la República, Manuel Urrutia -antiguo juez de instrucción que en 1956 había defendido valientemente a algunos barbudos-presentó su dimisión. El ministro de Asuntos Exteriores, Roberto Agramonte, no tardó en ser sustituido por Raúl Roa, castrista de la primera hora. El ministro de Asuntos Sociales, que desaprobaba el veredicto pronunciado contra unos aviadores acusados de crímenes contra civiles, también dimitió .En 1960 el proceso se
amplió: en marzo, Rupo López Fresquet, ministro de Economía desde enero de 1959, rompió con Castro, se pasó a la oposición y más tarde marchó al exilio. Otro miembro del Gobierno, Andrés Suárez, también abandonaría definitivamente el país ese año. Con la desaparición de las últimas publicaciones independientes, el amordazamiento practicado de forma metódica alcanzaba
sus objetivos. El 20 de enero de 1960, Jorge Zayas, director del diario antibatistiano Avance, marchó al exilio. En julio, Miguel Ángel Quevedo, redactor jefe de Bohemia, abandonó Cuba -Bohemia había reproducido las declaraciones de Castro durante el proceso del Moncada-. Unicamente continuaba
saliendo a la calle la publicación comunista Hoy. En otoño de 1960 fueron detenidas las últimas figuras de la oposición, tanto política como militar, entre las que se contaban William Morgan y Humberto Sori Marín. Morgan, que fuera comandante en la Sierra, sería fusilado a principios de 1961. Los últimos demócratas no tardaron en retirarse del Gobierno, como Manolo Ray , ministro de Obras Públicas, o Enrique Oltusky, ministro de Comunicaciones. Por entonces se produjo la primera oleada de abandonos: cerca de 50.000 personas, pertenecientes a la clase media y que habían apoyado la revolución, se exiliaron. La falta de médicos, maestros o tecnicos debilitaría durante mucho tiempo a la sociedad cubana.

A las clases medias les siguieron los obreros como víctimas de la represión. Desde el principio, los sindicatos se mostraron reticentes a la forma que estaba adoptando el nuevo régimen. Uno de sus principales líderes era el responsable de los sindicatos del azúcar, David Salvador. Era un hombre de izquierdas que rompió con el PSP cuando este se negó a combatir la dictadura de Batista; había organizado las grandes huelgas de las centrales azucareras en 1955; sufrió arresto y tortura y dio su apoyo a la huelga de 1958 promovida por los castristas del Movimiento 26 de julio. En 1959, tras ser democráticamente elegido secretario general de la Confederación de Trabajadores Cubanos, vio cómo se le imponía la colaboración de dos comunistas de la primera hornada que no habían sufrido la prueba democrática de su elección. Salvador trató de atajar la infiltración y el control de su central por parte de los comunistas pero desde la primavera de 1960 empezó a verse marginado y en junio optó por la clandestinidad. Fue detenido en 1962 y purgó en la cárcel una condena de doce años. Otra gran figura de la resistencia a Batista apartada del poder. Finalmente, en 1962 Castro obtendría del sindicato único, la CTC, que solicitara la supresión del derecho de huelga: «El sindicato no es un órgano
reivindicativo», precisó un miembro del aparato del partido.

Después de su detención en 1953, Castro consiguió salvar la cabeza gracias a la intervención del arzobispo de Santiago de Cuba, monseñor Pérez Serantes. El clero había acogido con alivio la marcha de Batista e incluso algunos sacerdotes siguieron a los guerrilleros en la Sierra. Pero la Iglesia se alzó contra los juicios expeditivos de los seguidores de Batista, del mismo modo que había condenado los crímenes de los «Tigres» de Masferrer. En 1959 empezó a denunciar la infiltración comunista. Castro utilizó como pretexto el asunto de bahía Cochinos para prohibir por orden gubernamental la revista La Quincena. En mayo de 1961 se cerraron todos los colegios religiosos y sus edificios fueron confiscados, incluido el colegio jesuita de Belén, donde Castro había cursado estudios. Embutido en su uniforme, el líder máximo declaró: «Los curas falangistas ya pueden empezar a hacer las maletas». Una advertencia en modo alguno gratuita, ya que el 17 de septiembre de 1961 131 sacerdotes diocesanos y religiosos fueron expulsados de Cuba. Para sobrevivir, la Iglesia tuvo que replegarse sobre sí misma. El régimen se dedicó a la marginación de las instituciones religiosas. Unos de los procedimientos consistía en permitir que los cubanos manifestaran su fe, con el riesgo subsiguiente de sufrir medidas de represalia como la prohibición de acceder a la universidad y a puestos en la administración. La represión también afectó de lleno al mundo artístico. En 1961, el papel que según Fidel Castro desempeñaban los artistas en el seno de la sociedad quedaba resumido en el lema: «Dentro de la revolución todo, fuera de ella nada.» El destino de Ernesto Padilla ilustra perfectamente la situación de la cultura. Padilla, un escritor revolucionario, pudo salir de Cuba en 1970 después de ser obligado a realizar su «autocrítica». Después de diez años de vagabundeo, Reinaldo Arenas aprovechó el éxodo de Mariel para abandonar, también él, definitivamente Cuba.

Al ejército de antiguos rebeldes también se les hizo entrar en vereda. En julio de 1959 dimitió y marchó a Estados Unidos un allegado de Castro, el comandante de aviación Díaz Lanz. Un mes después se organizaba la primera oleada de detenciones con el pretexto de desbaratar una tentativa de golpe de Estado.

Desde 1956, Hubert Matos había colaborado con los barbudos en la Sierra, buscando apoyos en Costa Rica, suministrándoles armas y municiones con un avión privado y liberando Santiago de Cuba, la segunda ciudad del país, marchando a la cabeza de la columna número 9 «Antonio Guiteras».
Fue nombrado gobernador general de Camagüey, pero su profundo desacuerdo con la «comunistización» del régimen le llevó a abandonar sus funciones. Castro lo consideró una conspiración y encargó a un héroe de la guerrilla, Camilo Cienfuegos, la detención de Huber Matos por su «anticomunismo». Sin ninguna consideración hacia el que fuera ejemplar combatiente, Castro le impuso un «Proceso de Moscú en La Habana» en el que intervino personalmente. No mostró ninguna moderación al presionar al tribunal: «Os digo que escojáis: ¡O Matos o yo!», y prohibió que declararan los testigos favorables al acusado.

Hubert Matos fue condenado a veinte años de cárcel, condena que cumplió hasta el último día. Todos sus familiares fueron encarcelados. Numerosos opositores a Castro, que se veían privados de cualquier posibilidad de expresión, entraron en la clandestinidad, a la que se sumaron veteranos instigadores de la guerrilla urbana contra Batista. A principios de la década de los sesenta, esta oposición clandestina se transformó en un movimiento de revuelta, dirigida por auténticos barbudos, implantado en las montañas de Escambray, que rechazaba la colectivización forzosa de las tierras y la dictadura. Raúl Castro envió todos sus recursos militares, blindados y artillería, así como cientos de milicianos, para poner fin a la rebelión.

Las familias de los campesinos rebeldes fueron desplazadas con objeto de minar la base popular de la revuelta. Centenares de familias se vieron transplantadas a cientos de kilómetros de Escambray, a la región de las plantaciones tabaqueras de Pinar del Río, en el extremo oeste de la isla. Esta fue la única ocasión en que el poder castrista recurrió a deportar a la población. No obstante, los combates se prolongaron durante cinco años. Los guerrilleros, cada vez más aislados, fueron desapareciendo uno tras otro. La justicia fue sumaria para los rebeldes y sus jefes. Guevara encontró la ocasión de liquidar a uno de los antiguos jefes de la guerrilla contraria a Batista, Jesús Carreras, que desde 1958 se había mostrado contrario a su política. Carreras, que resultó herido en una escaramuza, fue llevado al paredón sin que Guevara quisiera concederle el perdón. En Santa Clara fueron capturados y luego juzgados 381 «bandidos». En los años que siguieron al triunfo de 1959 y durante la liquidación de la resistencia de Escambray, en la cárcel de La Loma de los Coches fueron fusilados más de 1.000 «contrarrevolucionarios».

Después de dimitir del cargo de ministro de Agricultura, Humberto Sori Marín, intentó crear en Cuba un foco de lucha armada. Detenido y juzgado por un tribunal militar, Sori Marín fue condenado a la pena capital. Su madre imploró a Castro el perdón, recordándole que ambos se conocían desde los
años cincuenta. Fidel Castro prometió el indulto. Unos días después Sori Marín era fusilado. Con cierta periodicidad, después de los guerrilleros de Escambray, se repitieron las tentativas de implantar comandos armados en suelo cubano. La mayoría pertenecían a los comandos Liberación de Tony Cuesta y a los grupos Alpha 66, creados en los primeros años sesenta. La mayoría de estos desembarcos, inspirados en el del propio Castro, fracasaron.

En 1960 los jueces perdieron su inamovilidad y pasaron a depender de la autoridad del poder central, lo que suponía la negación de la separación de poderes, una característica de la dictadura. Tampoco la universidad pudo escapar a este proceso de coacción general. Pedro Luis Boitel, un joven estudiante de ingeniería, antiguo opositor a Batista y encarnizado adversario de Fidel Castro, se presentó a la presidencia de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU). Sin embargo, con el apoyo de los hermanos Castro, sería Rolando Cubella, el candidato del régimen, el elegido. Boitel sería detenido poco después y condenado a diez años de prisión. Fue encarcelado en una cárcel especialmente dura: Boniato. En varias ocasiones Boitel hizo huelga de hambre en protesta por el trato inhumano que se daba allí. El 3 de abril, fecha del inicio de una huelga para obtener condiciones más decentes de encarcelamiento, manifestó a uno de los responsables de la cárcel: «Hago esta huelga para que se me apliquen los derechos reservados a los presos políticos. ¡Unos derechos que ustedes exigen para los detenidos de las dictaduras de países latinoamericanos y que les niegan a los de su país!».
Pero en vano. Boitel agonizó sin que se le prestara asistencia médica. A los cuarenta y cinco días su estado era crítico. A los cuarenta y nueve, caía en un estado semicomatoso. Las autoridades seguían sin intervenir. El 23 de mayo, a las tres de la madrugada, después de cincuenta y tres días de huelga de ham
bre, Boitel murió. Las autoridades no permitieron que su madre viera su cuerpo.

Castro no tardó en apoyarse en un servicio de información eficaz. La «seguridad» le fue confiada a Ramiro Valdés, mientras que Raúl Castro tenía el mando supremo del ministerio de Defensa. Raúl reactivó los tribunales militares y pronto el paredón se convirtió en un instrumento judicial más.
El Departamento de Seguridad del Estado (DSE), al que los cubanos llamaban la «Gestapo roja», era también conocido con el nombre de Dirección General de Contra-Inteligencia. Este departamento realizaría sus primeras acciones en 1959-1962 cuando recibió el encargo de infiltrarse en los distintos
grupos de oposición a Castro y destruirlos. El DSE dirigió la sangrienta liquidación de la guerrilla de Escambray y se ocupó de la implantación de trabajos forzados. Por supuesto, el DSE es el que detenta el control del sistema carcelario.

Inspirándose en el sistema soviético, el DSE estuvo dirigido desde el principio por Ramiro Valdés, un hombre próximo a Castro desde los tiempos de Sierra Madre. Con los años, el DSE representaría un papel cada vez más destacado, obteniendo asimismo cierta autonomía. Teóricamente, depende del «Mi
nint», el ministerio del Interior. Comprende varias ramas que serían descritas con todo detalle por el general de aviación Del Pino después de refugiarse en Miami en 1987. Algunas secciones se encargan de vigilar a los funcionarios de las administraciones. La tercera sección controla a los que trabajan en el sector de la cultura, los deportes y la creación artística (escritores, cineastas). La cuarta sección se ocupa de los organismos vinculados a la economía, el ministerio de Transportes y de Comunicaciones. La sexta sección, que emplea a más de 1.000 agentes, tiene a su cargo las escuchas telefónicas. La sección octava vigila la correspondencia, es decir, viola el secreto del correo postal. Otras secciones
controlan al cuerpo diplomático y a los visitantes extranjeros. La DSE sirve a la supervivencia del sistema castrista al utilizar con fines económicos a los miles de detenidos destinados a trabajos forzados. Este organismo constituye un mundo de privilegiados que disfrutan de poderes ilimitados.
La Dirección Especial del Ministerio del Interior o DEM recluta a miles de chivatos para controlar a la población. La DEM trabaja apoyándose en tres ejes: el primero, llamado «información», consiste en elaborar un informe sobre cada cubano; el segundo, «estado de opinión», sondea la opinión de los
habitantes, y el tercero, llamado «línea ideológica», tiene la misión de vigilar a las iglesias y congregaciones mediante la infiltración de agentes.

Desde 1967, el Minint dispone de sus propias secciones de intervención, las Fuerzas Especiales, que en 1995 contaban con 50.000 hombres. Son tropas de choque que colaboran estrechamente con la Dirección y la Dirección de Seguridad Personal, guardia pretoriana de Castro, compuesta por
tres unidades de escolta con más de 100 hombres cada una. Hombres rana y un destacamento naval sirven de refuerzo a la DSP, encargada de proteger la integridad física de Fidel Castro. En 1995 se estimaba que varios miles de hombres integraban estas tropas. Además, varios expertos estudian los posibles escenarios de atentados contra Fidel. Unos degustadores prueban su comida y tiene a su disposición las veinticuatro horas del día un cuerpo médico especial. La Dirección 5 se ha «especializado» en eliminar a los opositores. Dos auténticos opositores a Batista, convertidos luego en anticastristas, fueron víctimas de esta sección: Elías de la Torriente fue abatido en Miami, mientras
Aldo Vera, uno de los jefes de la guerrilla urbana contra Batista, era asesinado en Puerto Rico. Hubert Matos, exiliado en Miami, se ve obligado a recurrir a la protección de varios vigilantes armados. Las detenciones e interrogatorios practicados por la Dirección 5 tienen lugar en el Centro de Detención de Villa Marista, en La Habana, un antiguo edificio de la congregación de los hermanos maristas. A los detenidos se les inflinge tortura, más psíquica que física, en un universo cerrado, a resguardo de las miradas y en un extremo aislamiento. Otra unidad de la policía política es la llamada Dirección General de la Inteligencia, más parecida a un servicio clásico de información. Sus ámbitos de acción preferentes son el espionaje, el contraespionaje, la infiltración en las administraciones de países no comunistas y en las organizaciones de exiliados cubanos.

Es posible establecer un balance de la represión desencadenada en los años sesenta: entre 7.000 y 10.000 personas fueron pasadas por las armas y se estima en 30.000 el número de presos políticos. En consecuencia, el Gobierno revolucionario muy pronto se vio obligado a ocuparse de un número considerable de presos políticos, principalmente los presos de Escambray y los de Playa Girón -Bahía Cochinos-o

La Unidad Militar de Ayuda a la Producción (UMAP), que funcionó entre 1964 y 1967, significó el primer intento de desarrollo de trabajo penitenciario. Los campos de la UMAP, operativos desde noviembre de 1965, eran auténticos campos de concentración en los que se mezclaron indiscriminada
mente religiosos (católicos, y entre ellos el actual arzobispo de La Habana, monseñor Jaime Ortega; protestantes y testigos de Jehová), proxenetas, homosexuales y cualquier individuo considerado «potencialmente peligroso para la sociedad». Los presos tuvieron que construirse ellos mismos sus barracas, especialmente en la región de Camagüey. A las «personas socialmente desviadas» se las sometía a una disciplina militar que se transformó en un régimen de malos tratos, sub alimentación y aislamiento. Para escapar de este infiemo, algunos detenidos se automutilaron. Otros salieron destrozados psíquicamente de su encarcelamiento.

Una de las funciones de la UMAP era la «reeducación» de los homosexuales. Ya antes de la creación de este organismo, muchos perdieron su trabajo, sobre todo los que formaban parte del mundo cultural. La Universidad de La Habana fue objeto de purgas contra homosexuales y era habitual «juzgar» a los homosexuales en público en su centro de trabajo. Se les obligaba a reconocer sus <<vicios», y a renunciar a ellos so pena de ser despedidos antes de ser encarcelados. Las protestas internacionales provocaron el cierre de los campos de la UMAP tras dos años de funcionamiento.
En 1964 se puso en marcha un programa de trabajos forzados en la isla de los Pinos: el plan «Camilo Cienfuegos». Se organizó la población penal en brigadas, divididas en grupos de 40 personas, las cuadrillas, al mando de un sargento o un teniente, y se la destinó a los trabajos agrícolas o a la extracción, de mármol principalmente, en las canteras. Las condiciones de trabajo eran muy duras y los presos trabajaban prácticamente desnudos, cubiertos tan solo con un simple calzón. A guisa de castigo, a los más rebeldes se les obligaba a cortar la hierba con los dientes, y a otros se les sumergía en letrinas durante varias horas.

La violencia del régimen penitenciario alcanzó por igual a presos políticos y comunes. Empezaba con los interrogatorios dirigidos por el Departamento Técnico de Investigaciones, las secciones encargadas de las investigaciones. El DTI utilizaba el aislamiento y explotaba las fobias de los detenidos. Así, a una mujer con fobia a los insectos la encerraron en una celda infestada de cucarachas. El DTI recurría a presiones físicas violentas: se obligaba a los presos a subir escaleras provistos de zapatos lastrados con plomo, luego se les precipitaba escalones abajo. A la tortura física se añadía la psíquica, a menudo con seguimiento médico. Los guardias utilizaban el pentotal y otras drogas para mantener despiertos a los detenidos.

En el hospital de Mazzora se practicaba el electroshock con fines represivos sin ninguna restricción. Los vigilantes utilizaban perros guardianes y realizaban simulacros de ejecución. Las celdas de castigo carecían de agua y electricidad. Cuando se quería despersonalizar a un detenido, se le mantenía en un local de aislamiento. En Cuba, la responsabilidad se consideraba colectiva; el castigo también.
Es esta otra medida represiva: los familiares del detenido pagan socialmente el compromiso de su pariente. Sus hijos no pueden acceder a la universidad y los cónyuges pierden su trabajo.
Conviene distinguir entre las cárceles «normales» y las cárceles de seguridad, dependientes del G2 (policía política). La cárcel Kilo 5,5, situada a esa misma distancia de la autopista de Pinar del Río, es una cárcel de alta seguridad que existe todavía hoy. Su director era el capitán González, apodado El Ñato, quien mezcló deliberadamente a presos comunes y políticos.

En las celdas previstas para dos presos se hacinaban siete u ocho y los detenidos dormían en el suelo. A las celdas disciplinarias las bautizaron comotostadoras debido al insoportable calor que reinaba en ellas tanto en invierno como en verano. Kilo 5,5, es un centro cerrado donde los detenidos fabrican productos artesanales. Cuenta con una sección destinada a las mujeres. En Pinar del Río se acondicionaron celdas subterráneas y salas de interrogatorios. Desde hace algunos años se practica una tortura más psíquica que física, sobre todo la consistente en la privación del sueño, bien conocida desde los años treinta en la URSS. A la ruptura del ritmo del sueño y a la pérdida de la noción del tiempo se añaden las amenazas contra los familiares y el chantaje relativo a la frecuencia de las visitas. La cárcel Kilo 7 de Camagüey es de las más violentas. En 1974, una riña causó la muerte de 40 presos.
El centro GIl de Santiago de Cuba, construido en 1980, tiene el dudoso privilegio de poseer celdas a temperaturas muy altas y muy bajas. A los presos se les despierta cada veinte o treinta minutos, un tratamiento que puede prolongarse durante meses. Desnudos y aislados del mundo exterior, muchos de
los presos a los que se infligen estas torturas psíquicas presentan al cabo de cierto tiempo trastornos irreversibles.

La cárcel más tristemente célebre fue durante mucho tiempo La Cabaña, donde fueron ejecutados Sori Marín y Carreras. Todavía en 1982 fueron fusilados cerca de 100 presos. La «especialidad» de la Cabaña eran los calabozos de dimensiones reducidas llamados ratoneras. La cárcel fue desafectada en
1985, pero las ejecuciones continúan en Boniato, una cárcel de alta seguridad donde impera una violencia sin límites y donde se mata de hambre a decenas de presos políticos. Para no ser violados por los presos comunes, algunos políticos se embadurnan con excrementos. Boniato sigue siendo todavía hoy la cárcel de los condenados a muerte, ya sean políticos o comunes. Es célebre por sus celdas tapiadas. En ella hallaron la muerte decenas de presos sin recibir asistencia médica. Los poetas Jorge Valls, que cumplió 7.340 días de cárcel, y Ernesto Díaz Rodríguez, así como el comandante Eloy Gutiérrez Menoyo, ofrecieron su testimonio sobre las condiciones especialmente duras que imperan en ella. En agosto de 1995 estalló una huelga de hambre conjunta de presos políticos y comunes para denunciar sus deplorables condiciones de vida: comida infecta y enfermedades infecciosas (tifus, leptospirosis). La huelga duró cerca de un mes. Algunas cárceles han vuelto a usar las jaulas de hierro. A finales de los años sesenta, en la prisión de Tres Macios del Oriente, las gavetas, destinadas
en un principio a los presos comunes, fueron ocupadas por presos políticos. Se trataba de una celda de un metro de ancho por uno ochenta de alto y unos diez metros de largo. En este universo cerrado, sin agua ni higiene, los presos, comunes y políticos se veían recluidos en una promiscuidad difícil de soportar durante semanas y, en algunos casos, meses.

En los años sesenta se inventaron las requisas con fines represivos. Se despertaba a los detenidos en plena noche y se los desalojaba violentamente de sus celdas. Embrutecidos por los golpes, y a menudo desnudos, eran obli-gados a reunirse para esperar a que terminara la inspección antes de poder volver a sus celdas. Las requisas podían repetirse varias veces al mes. Las visitas de los familiares ofrecían a los guardianes la ocasión de humillar a los detenidos. En La Cabaña tenían que presentarse desnudos ante sus familiares. Los maridos encarcelados debían presenciar el registro de las partes íntimas de sus esposas.

La situación de las mujeres en el universo carcelario cubano es particularmente dramática porque se ven entregadas, sin defensa, al sadismo de los guardias. Desde 1959, más de 1.100 mujeres han sido condenadas por causas políticas. En 1963 iban a la cárcel de Guanajay. Los testimonios reunidos han
dejado constancia de que se recurría a las palizas y a humillaciones diversas. Un ejemplo: antes de pasar a la ducha, las detenidas debían desnudarse en presencia de sus guardianes, que las golpeaban. En el campo de Potosí, en la zona de las Victorias de las Tunas, había en 19863.000 presas -delincuentes,
prostitutas y políticas-o La cárcel de Nuevo Amanecer sigue siendo la más importante de La Habana. La doctora Martha Frayde, amiga de Castro durante mucho tiempo, y representante de Cuba en la Unesco en los años setenta, ha descrito este centro penitenciario y las condiciones particularmente duras que imperan en él: «Mi celda medía seis metros por cinco. Éramos 22 y dormíamos en literas de dos o tres pisos. ( ... ) En nuestra celda llegamos a juntarnos 42 mujeres. ( ... ) Las condiciones higiénicas llegaban a ser del todo insoportables. Las pilas donde nos lavábamos estaban llenas de inmundicias. Resultaba totalmente imposible asearse. ( ... ) El agua empezó a escasear y la
evacuación de los retretes se hizo imposible. Se llenaron y luego se desbordaron. Acabó formándose una capa de excrementos que invadía nuestras celdas.

Luego, como un chorro imparable, llegó hasta el pasillo, luego a la escalera para bajar hasta el jardín. (... ) Las presas políticas ( ... ) armaron tal alboroto que la dirección de la cárcel se decidió a enviar un camión-cisterna. ( ... ) Con el agua estancada del camión barrimos los excrementos, pero el agua de la cisterna no era suficiente y hubo que seguir viviendo sobre aquella capa nauseabunda que no retiraron hasta unos días más tarde» (Martha Frayde, Écoute FIdel, Denoel, París, 1987.)

Uno de los mayores campos de concentración está situado en la región de Camagüey: El Mambi, que en los años ochenta encerraba a más de 3.000 prisioneros. El de Siboney, donde las condiciones de vida son tan execrables como la comida, tiene el temible privilegio de contar con una perrera. Los pastores alemanes sirven para buscar a los presos evadidos. En Cuba existen campos de trabajo de «régimen severo». Los condenados que no se han incorporado a sus lugares de detención son juzgados por
un tribunal popular interno del campo y se los traslada entonces a un campo de régimen severo donde los consejos de trabajo de los presos desempeñan un papel idéntico al de los kapos de los campos nazis: los «consejeros» juzgan y castigan a sus propios compañeros de prisión.


Con frecuencia los presos ven agravadas sus penas por iniciativa de los mandos de la cárcel. Al que se rebela se le añade otra pena de prisión a su condena inicial. La segunda pena sanciona la negativa a llevar el uniforme de los presos comunes o a participar en los «planes de rehabilitación» o una
huelga de hambre. En tal caso, los tribunales, considerando que el detenido deseaba atentar a la seguridad del Estado, piden una pena de «seguridad posdelictiva». Se trata, en la práctica, de uno o dos años más de detención en un campo de trabajo. No es raro que algunos detenidos cumplan una pena añadida de un tercio o de la mitad de la pena inicial. Boitel, condenado a diez años de cárcel, acumuló por este sistema cuarenta y dos años de encarcelamiento.

El campo Arco Iris, situado cerca de Santiago de Las Vegas, fue concebido para acoger a 1.500 adolescentes. No es el único: existe también el de Nueva Vida, al sureste de la isla. En la zona de Palos se encuentra el Capitolio, un campo de internamiento especial reservado para niños de alrededor de
diez años. Los adolescentes cortan la caña de azúcar o realizan trabajos artesanales, lo mismo que los niños enviados en stage a Cuba por el MPLA de Angola o por el régimen etíope en los años ochenta. Otros internos de estos campos y cárceles, los homosexuales, han conocido todo tipo de régimen pe
nitenciario: a los trabajos forzados y a la UMAP siguen el encarcelamiento «clásico» en la cárcel. Algunas veces disponen de un bloque especial en el recinto de la prisión, como ocurre en Nueva Cárcel, en La Habana del Este. El detenido se ve despojado de todos sus derechos y sometido e integra
do en un «plan de rehabilitación» que supuestamente le prepara para su reinserción en la sociedad socialista. Este plan comprende tres fases: a la primera se la llama «período de máxima seguridad» y se desarrolla en la cárcel; la segunda, de «media seguridad», tiene lugar en una granja; la tercera, llamada de «seguridad mínima», se efectúa en un «frente abierto».

Los detenidos en «curso de plan» llevaban el uniforme azul, igual que los comunes. De hecho, el régimen ha intentado con este procedimiento confundir a presos políticos y comunes. A los políticos que rechazaban el plan se les imponía el uniforme amarillo del ejército de Batista, una vejación insoportable para los numerosos presos por delitos de opinión procedentes de las filas de la lucha contra Batista. Estos detenidos «indisciplinados», contrarios al plan (plantado), rechazaban enérgicamente ambos uniformes. En ocasiones, las autoridades los dejaban años enteros vestidos con un simple calzón -de ahí el apodo de calzoncillos que se les daba-y no recibían ninguna visita.

Hubert Matos, que fue uno de los plantados, declaró: «Viví varios meses sin uniforme y sin recibir visitas. Estuve incomunicado sencillamente porque me negué a someterme a la arbitrariedad de las autoridades. (.oo) Preferí resistir desnudo, en medio de otros presos también desnudos, en una promiscuidad difícilmente soportable». El paso de una fase a otra depende de la decisión de un «oficial reeducador». En general, quiere imponer la resignación a través del agotamiento físico y moral del detenido en fase de reeducación. Carlos Franqui, antiguo fun-cionario del régimen, analizaba así el espíritu de este sistema: «El opositor es un enfermo y el policía su médico. El preso quedará libre cuando inspire confianza al policía. Si no acepta la "cura", el tiempo no cuenta». Las penas más pesadas se purgan en la cárcel. La Cabaña, que dejó de funcionar en 1974, contaba con un bloque especial reservado a los presos civiles (la zona 2) y otro para los militares (la zona 1). La zona 2 se llenó rápidamente con más de 1.000 hombres, repartidos en galerías de treinta metros de largo por seis de ancho. Existían además cárceles dependientes del GIl, la policía política. Los condenados a penas leves, entre tres y siete años, eran destinados a frentes o granjas. La granja, una innovación castrista, está formada por barracas confiadas a guardias del ministerio del Interior con permiso para disparar
contra cualquier persona a la que vean que intenta escapar 9. El edificio está rodeado de varias alambradas y miradores y tiene la apariencia de un campo de trabajo correccional soviético. Algunas granjas podían alojar de cinco a siete presos. Las condiciones de detención son espantosas: de doce a quince horas de trabajo al día sometidos a la prepotencia de los guardianes, que no vacilan en golpear con la bayoneta a los detenidos para acelerar el ritmo de trabajo.

En cuanto al «frente abierto», se trata de una obra donde el preso debe residir, generalmente bajo mando militar. Se trata siempre de obras de construcción con un número de detenidos que va de cincuenta al centenar, a veces 200 si la obra es importante. Los detenidos de las granjas, ya sean políticos o comunes, producen elementos prefabricados que ensamblan después los de los
frentes abiertos. El detenido de un frente abierto dispone de tres días de permiso a finales de cada mes. Según varios testimonios, la alimentación no es tan mala como en los campos. Cada frente es independiente, lo cual permite una gestión más fácil de los detenidos al evitar una concentración excesiva de presos políticos, que podrían crear focos de disidencia. Este tipo de sistema presenta un interés económico incontestable 10 de lo que es buena prueba la movilización de todos los presos para cortar la caña de azúcar, la zafra. El responsable de las cárceles en Oriente, al sur de la isla,
Papito Struch, declaraba en 1974: «Los presos constituyen la principal fuerza de trabajo de la isla». En 1974, el valor del trabajo realizado representaba más de trescientos ochenta y cuatro millones de dólares. Los organismos del Estado pueden recurrir a los prisioneros. Así, el 60 por 100 de los empleados en las obras del Desarrollo de Obras Sociales y Agrícolas (DESA) son detenidos. Los presos trabajan en decenas de granjas en Los Valles de Picadura, que conforman el escaparate de los logros de la reeducación a través del trabajo.

Decenas de huéspedes del Gobierno han visitado estas instalaciones, entre ellos algunos jefes de Estadocomo Leónidas Brezhnev, Huari Bumedian y Francoise Mitterrand en 1974.

Todas las escuelas secundarias de provincia fueron construidas por presos políticos con un mando civil reducido al mínimo, compuesto por algunos técnicos. En Oriente, en Camagüey, los detenidos construyeron más de veinte escuelas politécnicas. En toda la isla existen numerosas centrales azucareras gracias a su trabajo. El semanario Bohemia enumeraba de manera detallada
otros trabajos realizados por la mano de obra penitenciaria: lecherías, centrales de crianza de ganado en la provincia de La Habana; talleres de carpintería y escuelas secundarias en Pinar del Río; una porqueriza, una lechería, un taller de carpintería en Matanzas; dos escuelas secundarias y diez lecherías en Las Villas ... Los planes de trabajo, cada año más exigentes, requieren una cantidad cada vez más importante de prisioneros.

En septiembre de 1960, Castro creó los comités de Defensa de la Revolución (CDR). Estos comités de barrio tiene como base la cuadra o manzana de calle a la cabeza de la cual se encuentra el responsable de vigilar las actividades «contrarrevolucionarias» del conjunto de los habitantes. Es una vigilancia social muy estrecha. Los miembros del comité están obligados a asistir a las reuniones del CDR y se les moviliza para realizar rondas con objeto de hacer fracasar la «infiltración enemiga». Este sistema de vigilancia y delación ha acabado con la intimidad de las familias. La finalidad de los CDR se puso de manifiesto cuando en marzo de 1961, a instancias de R. Valdés, el jefe de Seguridad, se organizó y practicó en un fin de semana una gigantesca redada. Partiendo de las listas que había elaborado el CDR, más de 100.000 personas fueron convocadas y varios miles de ellas conducidas a centros de detención: estadios, edificios o gimnasios.

Los cubanos sintieron una profunda conmoción ante el éxodo masivo del puerto de Mariel en 1980 y esa conmoción fue mayor porque los CDR organizaron siguiendo consignas actos de repudio destinados a marginar socialmente y a destrozar moralmente a los opositores -a los que desde entonces se apodó gusanos-y a sus familias. Una airada muchedumbre concentrada delante de la casa del opositor arrojaba piedras e insultaba a sus habitantes. En las fachadas se pintaban consignas castristas e insultos. La policía solo intervenía cuando la «acción revolucionaria de masa» resultaba físicamente peligrosa para la víctima. Esta práctica de poco menos que linchamiento alimentaba en el seno de la población sentimientos de odio recíproco en una isla donde todo el mundo se conoce. Los actos de repudio destrozan los lazos entre vecinos y alteran el tejido social para imponer la omnipotencia del Estado socialista. La víctima, abucheada con gritos de «¡Afuera gusano!», «¡Agente de la CIA!» y, por supuesto, «¡Viva Fidel!», no tiene forma alguna de defenderse por la vía judicial. El presidente del comité Cubano de los Derechos del Hombre, Ricardo Bofill, fue sometido a un acto de repudio en 1988. En 1991 le llegó el turno de ser su víctima al presidente del Movimiento Cristiano de Liberación, Oswaldo Payas Sardinas. Pero, ante el cansancio de los cubanos frente a estos desmanes de odio social, las autoridades recurrieron a otros agresores procedentes de barrios distintos a los de las víctimas. Según el artículo 16 de la Constitución, el Estado «organiza, dirige y controla la actividad económica de acuerdo con las directivas del plan único de desarrollo económico y social». Detrás de esta fraseología colectivista se oculta una realidad más prosaica: los cubanos no disponen de su fuerza de trabajo ni de su dinero en su propio país. En 1980 la isla vivió una oleada de descontento y disturbios que se tradujo en el incendio de algunos almacenes. El DSE actuó de inmediato y en menos de setenta y dos horas detuvo a 500 «opositores». Después, los servicios de seguridad intervinieron contra los mercados libres campesinos y, para terminar, se lanzó en todo el país una campaña de amplio alcance contra los que traficaban en el mercado negro.
En marzo de 1971 se adoptó una ley, la número 32, que reprimía el absentismo laboral. En 1978 se promulgó la ley de «peligrosidad predelictiva», o dicho de otro modo, un cubano podía ser detenido bajo cualquier pretexto si las autoridades estimaban que representaba un peligro para la seguridad del
Estado, aun cuando no hubiera realizado ningún acto en este sentido. De hecho, esta ley instituye como crimen la expresión de cualquier pensamiento no conforme con los cánones del régimen. E incluso más, ya que cualquiera pasa a ser potencialmente sospechoso.

Después de la UMAP, el régimen utilizó a detenidos del servicio militar obligatorio. La Columna Juvenil del Centenario 11, creada en 1967, se convirtió en 1973 en El Ejército Juvenil del Trabajo, una organización paramilitar. Los jóvenes trabajan en los campos y participan en obras de construcción en condiciones a menudo espantosas, con horarios difícilmente soportables a cambio de un salario ridículo, de siete pesos, es decir, un tercio de dólar de 1997. La militarización de la sociedad era ya una realidad antes de la guerra de Angola. Todo cubano que hubiese realizado el servicio militar debía formalizar el registro de su cartilla ante un comité militar y presentarse cada seis meses para verificar su situación (trabajo, dirección). Desde los años sesenta, los cubanos han «votado con sus remos». Los
primeros en abandonar Cuba de forma masiva, a partir de 1961, fueron los pescadores. El balsero, equivalente cubano del boat-people del sureste asiático, forma parte del paisaje humano de la isla de la misma manera que el cortador de caña. El exilio ha sido sutilmente utilizado por Castro como un medio
de regular las tensiones internas en la isla. Este fenómeno, presente desde el inicio del régimen, se ha producido sin interrupción hasta mediados de los años setenta. Muchos de los que abandonaban la isla lo hacían en dirección a Florida o a la base americana de Guantánamo.

Pero el fenómeno de los balseros llegó a conocimiento del mundo entero con la crisis de abril de 1980 cuando miles de cubanos ocuparon la embajada de Perú en La Habana reclamando visados de salida para escapar de una vida cotidiana insoportable. Al cabo de varias semanas, las autoridades autorizaron a 125.000 de ellos -sobre una población que en la época ascendía a 10 millones de habitantes-a abandonar el país embarcando en el puerto de Mariel.

Castro aprovechó para «liberar» a los enfermos mentales y a pequeños delincuentes. Este éxodo masivo fue una manifestación de desaprobación del régimen, ya que los marielitos, como se los llamó, procedían de las capas más humildes de la sociedad, a las que supuestamente el régimen dedicaba mayor atención. Blancos, mulatos y negros, con frecuencia jóvenes, huían del socialismo cubano. Después del episodio de Mariel, muchos cubanos se inscribieron en las listas para obtener el derecho a abandonar su país. Diecisiete años más tarde continúan esperando esa autorización.

Por primera vez desde 1959, en el verano de 1994 La Habana fue el escenario de violentos tumultos cuando algunos candidatos a salir de la isla, al no poder embarcar en las balsas, se enfrentaron a la policía. El frente de mar -el famoso Malecón-, en las calles del barrio de Colón, fue arrasado. El restablecimiento del orden supuso el arresto de varias decenas de personas pero, finalmente, Castro autorizó el éxodo de otros 25.000 cubanos. Desde entonces la huida de cubanos no ha cesado y las bases americanas de Guantánamo y Panamá están saturadas de exiliados voluntarios. Castro intentó frenar esta huida en balsas mediante helicópteros que debían bombardear las frágiles embarcaciones con sacos de arena. Cerca de 7.000 personas perdieron la vida en el mar durante el verano de 1994 y se estima que un tercio del total de los balseros murió en su huida. En treinta años, unos 100.000 cubanos han intentado evadirse por mar. En total, los diversos éxodos han dado como resultado que Cuba tenga al 20 por 100 de sus ciudadanos en el exilio. Sobre una población total de 11 millones de habitantes, cerca de dos millones de cubanos viven fuera de la isla. El exilio ha desestructurado a las familias y resulta incontable el número de ellas repartidas por La Habana, Miami, España o
Puerto Rico ...

Entre 1975 y 1989, Cuba sostuvo el régimen marxista-leninista del Movimiento Popular de Liberación de Angola, MPLA (véase la contribución de Yves Santamaria) al que se oponía la UNITA de Jonas Savimbi. A los innumerables «cooperantes» y a las decenas de «consejeros técnicos», La Habana
sumó un cuerpo expedicionario de 50.000 hombres 12. El ejército cubano actuó en África como sobre terreno conquistado. Se traficó con toda suerte de riquezas (plata, marfil, diamantes) y la corrupción era endémica. Cuando en 1989 los acuerdos de N ueva York sancionaron el final del conflicto, las tropas cubanas, formadas en su mayoría por hombres de raza negra, fueron repatriadas. Se ha estimado el número de bajas entre los 7.000 Y los 11.000 muertos.

Esta experiencia alteró las convicciones de muchos oficiales. El general Arnaldo Ochoa, jefe del cuerpo expedicionario en Angola además de miembro del Comité central del Partido Comunista, empezó a organizar un compló para derribar a Castro. Fue detenido y luego juzgado por un tribunal militar en compañía de varios altos responsables de las fuerzas armadas y de los servicios de seguridad. Entre ellos estaban los hermanos La Guardia, implicados en el tráfico de drogas por cuenta del servicio MC, un servicio especial al que los cubanos bautizaron como «Marihuana y Cocaína». No era este el caso de Ochoa, quien solo se había traído de Angola un poco de marfil y diamantes. En realidad, Castro aprovechó la ocasión para desembarazarse de un potencial rival que, dado su prestigio y su alto rango político, era susceptible de canalizar el descontento. Tras la condena y ejecución de Ochoa, el ejército sufrió una depuración que no logró sino traumatizarlo más. Consciente del fuerte resentimiento contra el régimen que reinaba entre los oficiales, Castro confió la dirección del ministerio del Interior a un general afín a Raúl Castro, pues su predecesor había sido sacrificado por «corrupción» y «negligencia». Desde entonces, el régimen solo ha podido contar con certeza con la devoción ciega de las Fuerzas Especiales.

En 1978 había en Cuba entre 15.000 y 20.000 presos por delitos de opinión. Muchos procedían del M-26, de los movimientos estudiantiles contrarios a Batista, de las guerrillas de Escambray o eran veteranos de bahía Cochinos. En 1986 se cifraba entre 12.000 y 15.000 el número de presos políticos
encarcelados en las cincuenta prisiones «regionales» repartidas por toda la isla. A esto hay que añadir los múltiples frentes abiertos reforzados por brigadas de 50, 100 y hasta 200 presos. Se han organizado algunos frentes abiertos en el medio urbano. Así, La Habana contaba con seis de ellos a finales de los
años ochenta. Hoy, el Gobierno reconoce la existencia de entre 400 y 500 presos políticos. Sin embargo, en la primavera de 1997 Cuba sufrió una nueva oleada de detenciones. Al decir de los responsables cubanos de los derechos humanos, con frecuencia antiguos presos también, en Cuba ya no se practica la tortura física. Según estos mismos responsables y Amnistía Internacional,
en 1997 había en la isla entre 980 y 2.500 presos políticos (hombres, mujeres y adolescentes).

Desde 1959, más de 100.000 cubanos han pasado por los campos, cárceles o frentes abiertos. De 15.000 a 17.000 personas han sido fusiladas. «No hay pan sin libertad ni libertad sin pan», proclamaba en 1959 el joven abogado Fidel Castro. Ahora bien, como señalaba un disidente antes del inicio del
«régimen especial» -el fin de la ayuda soviética-: «Por más llena de víveres que esté, una cárcel sigue siendo una cárcel».

Castro, un tirano que parece anacrónico, afirmaba en 1994, en referencia a los fracasos de su régimen y a las dificultades que padecía Cuba, que «prefería morir (antes) que renunciar a la revolución». ¿Qué precio les queda por pagar a los cubanos para satisfacer su orgullo?





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