En la
costa atlántica de Nicaragua vivían unos 150.000 indios: misquitos,
sumus o ramas, así como criollos y ladinos. Los sandinistas no
tardaron en combatir a estas comunidades decididas a defender su
tierra y su lengua y que disfrutaban de una ventajosa autonomía
(exención de impuestos y del servicio militar) heredada de la época
colonial. En octubre de 1979, el líder de Alpromisu, Lyster Athders,
fue asesinado dos meses después de su arresto. A principios de
1981, los líderes nacionales de Misurasata, la organización
política que agrupaba a las diferentes tribus, fueron detenidos y,
el21 de febrero de 1981, las fuerzas armadas que intervenían contra
los encargados de su alfabetización ma-taron a siete mis quitos e
hirieron a otros 17.
El 23 de diciembre de 1981, en Leimus, el
ejército sandinista asesinaba a 75 mineros que habían reivindicado
el pago de atrasos salariales. Al día siguiente otros 35 mineros
sufrían la misma suerte. La otra vertiente de la política
sandinista consistía en desplazar a las poblaciones so pretexto de
«protegerlas de las incursiones armadas de los antiguos guardias
somocistas instalados en Honduras». En el transcurso de estas
operaciones, el ejército se hizo culpable de numerosos abusos. Miles
de indios -de 7.000 a 15.000 según las estimaciones de la época se
refugiaron en Honduras mientras que otros miles -unos 14.000-eran
encarcelados en Nicaragua. Los sandinistas disparaban contra los que
huían a través del río Coco. Esta situación fue triplemente
inquietante: matanzas, desplazamientos de la población y exilio en
el extranjero, todo lo cual autorizaba al etnólogo Gilles Bataillon
a hablar de «política etnocida».
El
vuelco autoritario puso en contra de la administración de Managua a
las tribus indias, que se reagruparon en dos guerrillas, la Misura y
la Misurata. En ellas se encuentran indios sumo, rama y misquitos,
cuyo estilo de vida comunitaria era incompatible con la política
integracionista de los comandantes de Managua. El propio Edén
Pastora se manifestaría escandalizado en pleno Consejo de ministros:
«Pero hasta el tirano Somoza los dejó tranquilos. Él los explotó,
vosotros queréis proletarizarlos a la fuerza». Tomás Borge, el muy
maoísta ministro del Interior, le replicó que «la Revolución no
podía tolerar excepciones».
El
Gobierno intervino y los sandinistas optaron por la asimilación
forzosa. En marzo de 1982 se decretó el estado de sitio, que se
prolongó hasta 1987. Desde 1982 el Ejército Popular Sandinista
«desplazó» a cerca de 10.000 indios hacia el interior del país.
El hambre se convirtió entonces en un arma temible en manos del
régimen. Las comunidades indias agrupadas en el centro del país
recibían una cantidad limitada de comida, que les era entregada por
funcionarios del Gobierno. Los abusos de poder, las violaciones
flagrantes de los derechos humanos y la sistemática destrucción de
las aldeas indias caracterizaron los primeros años del poder
sandinista en la costa atlántica.
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